miércoles, 19 de octubre de 2016

Un abedul y un pacharán, por favor!!

Domingo 16 de octubre

Antes de convertirme en un belloto, fiel seguidor de mi colega Maverick, yo conocía toda la sierra de Madrid, recorrida como buen citadino, sin bajarme del coche. Montaña arriba. Montaña abajo. Café arriba. Chuletón abajo. Y si en ese proceso, se hacían sonar las ruedas del coche, ¡mucho mejor! Pero llegó Sarraceno de la Rioja, y con él una cohorte de amantes de la naturaleza y el deporte, y sembraron en mí el germen del campo. ¡Meses estuve con urticaria y sarpullido por culpa del aire puro y el sol radiante! Pero al fin le cogí el gusto y ahora disfruto de cada salida que se propone.

En esta ocasión la propuesta era ir a visitar el abedular de Canencia. Como la gran mayoría de las veces, Maverick propone una ruta, envía los enlaces, nos presenta varias alternativas y, cuando llega el día, nadie se ha mirado nada y lo único que llevamos son las ganas de hacer la ruta con la tranquilidad de que alguien nos cuida por el trabajo realizado con anterioridad.

Pues nada, dicho y hecho. A las 10:15 ya estábamos con los coches aparcados, con los saludos realizados, las braguetas subidas después de los pises y los bastones a las medidas apropiadas. Foto de rigor…, y, ¡adelante! Todos felices y contentos, y algunos más guapos que otros en la foto:Maverick, Belice, Patryola, Eska, Berme, Milhouse, Gaia y un servidor.




La ruta empezó por una pista un poco sosa con pinos cortados en los laterales que bien se utilizarán para asar chuletones en invierno, y lo que sobre, en fabricar mondadientes para sacarse los pa’luegos del chuletón. ¡Ay madre!, todos nuestros conocimientos de ingeniería forestal reducidos a la mínima expresión de satisfacción personal. Pero qué ricos entrarán esos chuletones en invierno, ¡malandrines!

Mientras caminábamos, muchos de nosotros íbamos con la curiosidad de saber exactamente cómo era abedul…, no vaya a ser que ya lo hubiéramos pasado y no nos hubiéramos dado ni cuenta. Cosa distinta sería si lo que buscásemos fuera un Navidul, que no sólo lo reconoceríamos a la primera, sino que le hubiéramos dado unos tientos con el cuchillo jamonero que siempre hay que llevar en la mochila. Gracias al Sr. Milhouse que nos identificó el primer abedul que nos encontramos. Pacientemente nos estuvo explicando las diferencias entre un abedul, un haya y un jamón. Cómo no…, hablar de comida da hambre y, sobre todo el deporte en el campo, más. Menos mal que a finales de verano, se puede satisfacer esa gusa surgida con las omnipresentes moras que abundan por doquier. Así que, ¡dicho y hecho!







Esta primera parte de la ruta desembocó en la carretera que, una vez cruzada, nos planteó la primera subida algo más agreste. Tanta subida no podía provocar otra cosa que la necesidad de hacer una parada técnica de avituallamiento en un paraje con unas vistas espectaculares, “antesala del magnífico espectáculo que nos depararía el abedular llenos de robles, pinos y cómo no, abedules”.  









 Una vez repuestas las fuerzas se emprendió de nuevo el camino entre helechos, pinos, robles, acebos y alguna encina suelta y sin amigas. En este punto, rodeados de helechos, las personas de más edad del grupo, a saber, el Sr. Milhouse y yo, recordabamos nuestros tiempos mozos cuando íbamos de pequeños al mercado y reflexionabamos en que en las pescaderías, para dar algo de verde a los bodegones de peces muertos, colocaban helechos encima de ellos. Por ese motivo, si nosotros estábamos en la montaña, rodeados de helechos, sin ninguna merluza divisada en la última hora, llegamos a la conclusión de que las dos cosas no se crían en el mismo entorno. Esto implica que aquella pretérita visión de los helechos encima del óbito piscícola conllevaba a que una de las dos cosas no tendría el riguroso frescor necesario. O los helechos estaban allí hacía tiempo cuando llegaban las merluzas o las merluzas habrían intimado con el pescadero cuando llegaban los helechos. Señores pescaderos, ¿no sería mejor poner algas encima de los peces que así sabemos que han sido cogidos al mismo tiempo? En fin… Menos mal que un dulce berrido del Sr. Maverick nos sacó de este ensimismamiento filosofal diciéndonos que debíamos subir por mitad da la montaña para llegar a un bonito paraje franqueado por un tranquilo arroyo.







Efectivamente, el Sr. Maverik no defraudó y a partir de este momento las vistas iban ganado interés, la ruta se iba tornando más animosa y vistosa. Zonas más húmedas, musgo encima de las piedras... y behind the musgo, ¡más musgo! Durante esta parte de la ruta tuvimos la suerte de encontrarnos un gran ejemplar de Tejo en el que, instructivamente, el Sr. Milhouse nos explicó las características del mismo. Esta fue la parte más bonita de la ruta y, sólo por esto, mereció la pena madrugar un domingo.
















La ruta prosiguió por un estrecho sendero y se iba abriendo camino en mitad de la montaña. A partir de aquí pudimos disfrutar de un entorno más abierto y rodeados de grandes pinos. Tanto pino, tanto pino al final provoca lo de siempre…, ganas de mear detrás de ellos y/o/u pararse a retomar fuerzas.














Eso sí…, esta última parada no nos iba a privar del mejor momento de la ruta: el cafecito con patxarán en Miraflores de la Sierra. Aunque algunos cambiaron patxarán por palmera de chocolate o azúcar



Una vez más, el interés y la insistencia del Sr. Maverick ha conseguido la sinergia de estos insurrectos que, en mi caso, no conocía que existía esta maravilla a un sólo paso del bar donde había parado miles de veces a tomarme un café después de haber bajado el puerto de Canencia con el coche.

¡Gracias, Maverick!


MIRINDAS