martes, 1 de noviembre de 2016

Castañar Jurásico

Domingo 30 de octubre


La aventura que hoy relato tiene lugar el domingo 30 de octubre, en medio del puente de todos los santos. Mientras las multitudes preparan los disfraces de halloween o los ramos de flores de los santos (para gustos las creencias), los Hambrientos deciden volver a un lugar conocido por unos pocos afortunados y no exento de magia y misterio, el Castañar de el Tiemblo.

La ruta es para todos los públicos (unos 19 km y 700m de desnivel) y no tiene pérdida. Se trata de un sendero circular que parte del pueblo de Casillas por una pista asfaltada en principio y que se va adentrando a través de robles, pinos y castaños en la magnífica Reserva Natural del Valle Iruelas. Después, para desgracia de algunos, toca necesariamente subir al Pozo de la Nieve y puerto de Casillas, y de esta forma, regresar al pueblo de partida. 

El punto de encuentro de este domingo soleado es la Costa Marrón, territorio de gran parte de la expedición hambrienta  y terreno inexplorado para la que escribe, que recorre Madrid de punta a punta  (sin gps ) para encontrarse con el grupo. El cambio de hora y la noche de sueño un poco más larga se nota en las caras, algo mas  lozanas de lo que sería esperable tras el madrugón. El grupo está conformado por hambrientos ya históricos (Maverick, Belice, Berme, Eska y Whiteman), algunos hambrientos noveles (Gaia) y dos flamantes estrenos (Mamen y Branombersicker) que prometen dar caña y garantizar que el espíritu dominguero nunca posea del todo las almas del grupo hambriento.

Maverick tan solo lleva una semana o dos lamentándose. "Tan sólo" unos 15 dias mandando fotos comparativas y panorámicas varias para avisar de que los colores de otoño este año se han hecho de rogar y que puede que la ruta no sea tan espectacular como el año anterior en la expedición que hicieron él, Belice y Milhouse.

Hacemos dos grupos y arrancamos el viaje hacia Casillas en los coches de Berme y Whiteman. Al llegar al pueblo tardamos poco en ajustar mochilas y botas y tirar "pa' el monte". La primera en la frente, nada más empezar nos recibe una cuesta de 25% de pendiente que afrontamos en silencio cagándonos en los muertos de Halloween y principalmente en Maverick , que sonríe maliciosamente a nuestras espaldas mientras comenta algo de la bici que nadie escucha. Me sorprende que no aproveche para retratar nuestros culos sudorosos en plena ascensión. Tras recuperar el resuello y saludar a una paisana que nos jalea desde la ventana recorremos un par de kilómetros en pista asfaltada en animada charla y probando alguna castaña del camino.












El paisaje ya comienza a oler a otoño y la magia de la luz filtrándose entre las hojas de los castaños y robles del camino crea unos efectos mágicos que no dudamos en inmortalizar cámara y móvil en mano. Una vez superada la parte de la ruta que discurre entre fincas, nos adentramos en el bosque. La valiente Eska no duda en aventurarse unos peldaños arriba por la escalerilla de la casita del árbol situada en medio del bosque, en el mismo punto en que Milhouse el año pasado hizo lo propio. Seguimos caminando y nos adentramos en el Valle de Iruelas, el rugido de las masas nos guía hasta la zona más concurrida de la ruta (y puede que del mundo) donde somos engullidos por una manada de domingueros. Ni siquiera eso es suficiente para dejar de maravillarnos ante los castaños centenarios y la mezcla de los colores del bosque...pasamos un buen rato observando estos maravillosos árboles, especialmente "el abuelo", que con sus 500 años a la chepa, aguanta estoico a cientos de niños, padres y abuelos.































Pronto nos poseen las ganas de huir de la marabunta y salimos despavoridos. Reponemos fuerzas en una pradera cercana tras cruzar el arroyo. No pueden faltar los huesitos y los cacahuetes con miel y sal que hacen las delicias de cualquiera. Una vez saciadas tripas y gaznates, empezamos la subida hacia el Pozo de la Nieve,  situado en la parte más alta de la ruta. Las vistas son espectaculares y deleitan al grupo, que en general asciende sin mucha dificultad. En las últimas cuestas, la aventura a punto estuvo de saldarse con una baja deshonrosa. Los años y la falta de práctica no perdonan  aquí a  una servidora. Si no es por Belice y Maverick que acudieron a remolcarme literalmente, no estaría aqui entre los vivos relatando la aventura. 










El entorno del pozo de la nieve de nuevo parece "The Walking Dead". Hordas de senderistas de todas las edades y colores de agolpan en los alrededores. Por suerte podemos entrar a verlo con relativa tranquilidad y asomarnos a su interior. Nos enteramos que se construyó en el siglo XVIII y que se usó hasta principios del siglo XX para almacenar nieve y tener reserva de hielo para todo el año. 






Aquí  llega el momento que todos esperábamos, por fin podemos sentarnos y sacar los bocatas. Los degustamos con ansia mientras observamos y compadecemos a unos pobres excursionistas a los que un guía psicópata ha decidido subir por un cortafuegos infernal ...desconocemos el objetivo diabólico del guía en cuestión, pero casi todos nos alegramos mucho de no estar en ese grupo.











Retomamos la ruta y cambiamos los robles y castaños por pinos. Las vistas compensan el cambio ya que se puede divisar hasta el embalse del Burguillo. Mamen coge ritmo detrás de un "niño bólido" y el grupo avanza a toda pastilla hasta el punto donde Maverick intenta recrear la afortunada "pérdida" del año anterior y recalar en la misma zona de castaños que les brindó un suculento botín. No nos engañemos, qué carajo, todos estamos alli para eso.








Tras adentrarnos un rato entre helechos gigantes y zarzas y temiendo que en cualquier momento nos ataque un velociraptor del jurásico (por lo menos), llegamos al destino. Con los ojos inyectados en sangre y poseídos hasta la médula por el ansia viva, andamos por allí recolectando el preciado manjar...

-"¡Aquí hay una!"
-"¡Aquí hay más  gordas!"
-"¡Mira aquí!"  








Mochilas a reventar del peso, espaldas dobladas, dedos destrozados de los erizos, ¡¡no hay dolor si  la castaña lo merece!!!  Tras media hora de recolecta ansiosa y sin mediar casi palabra, la damos por finalizada. De vuelta al pueblo, la sonrisa disimulada al pasar por el cartel de "se venden castañas" ya es un clásico. El atasco de rigor hasta Navas del Rey también. El grupo saborea unos refrescos antes de iniciar el retorno a casa mientras comenta el dia entre risas. 




Un placer, como siempre, compartir los caminos, las anécdotas y el ansia con los Hambrientos.    

¿Para cuándo la siguiente aventura?  

GAIA