El 31 de mayo de 2015 supone un
hito histórico en la corta pero intensa vida de los hambrientos. Y esto es así
por varios motivos:
- Es la primera ruta con la marca de los Hambrientos que vamos a hacer a pie (o ruta de trekking, como le gusta decir a Maverick)
- Es la primera vez que hacemos una incursión en tierras de Guadalajara
- Por primera vez tenemos una estrella invitada (Especial Guest Star como dice Maverick) que no forma parte de los Hambrientos y, que vista la calaña que nos caracteriza, pocas ganas tendrá de repetir con nosotros. Es Belice, nuestra ilustradora de cabecera, y nuestra santa de referencia, para la que pedimos incondicionalmente la beatificación inmediata por llevar tanto tiempo aguantando al Ansia Viva.
- Es la primera vez que Milhouse no tiene que inflar las ruedas de un vehículo antes de salir
- Y finalmente, pero no por ello menos sorprendente, es la primera vez que Maverick llega el último al punto de encuentro. Por supuesto, cual buen político español que se precie, Maverick se apresuró a echar balones fuera y culpó a la parienta nada más bajar del coche.
Desde Humanes ya vislumbramos a
nuestra izquierda la majestuosa silueta de la montaña, que contrasta con los
perfiles de erosión que forman El Colmillo y La Muela, a nuestra derecha. Una
vez que pasamos Tamajón, y antes de llegar a Almiruete, nos van escoltando
diversos ejemplares de la fauna ibérica: un buitre, un aguilucho, una pareja de
corzos… (o ciervos, como diría aquel).
Por las concurridas carreteras de
la Sierra Norte de Guadalajara a Maverick le va entrando el ansia con las
infinitas posibilidades de rutas con la bici de carreras. Kibuko que si se
puede escalar por ahí. Belice que si se marea, a lo que, delicadamente,
Maverick dice que avise antes de echar la raba. Vamos, un viaje de lo más
animado.
Cuando llegamos a Valverde nos
enfrentamos a la primera pendiente vertiginosa del día: la de la zona de
aparcamiento (o parking), premonitoria de lo que nos espera. A pesar de la
conducción eficiente que caracteriza a Milhouse, se le cala el coche 18 veces,
y con el vehículo al filo del precipicio, está en serio peligro el éxito de la
ruta. Tras un alarde de valentía al echar del coche al resto de miembros, y con
el vehículo calado otras 18 veces más, por fin se logra el reto de aparcar el
coche. Pero las amenazas para la ruta no acaban ahí. Milhouse ha perdido la
mochila de Dora la Exploradora en algún sitio, y sin agua y crema solar no se
puede subir este 2.000. Maverick aprovecha la ocasión para chantajear con el
agua pero, gracias al compañerismo de Kibuko y Belice, la cosa continúa. Así
que, por fin, la Comunidad del Anillo (cada cual que asigne los personajes),
mira hacia arriba y pone rumbo al Ocejón.
La ruta comienza atravesando la
plaza del pueblo, de pizarra, y delimitada con bonitas casas con flores.
Llegando a la antigua era, actual campo de fútbol, nos encontramos con el único
tramo llano de la jornada. El camino está bordeado por cerezos, castaños y
robles. Enseguida se llega al cruce de caminos que lleva por un lado a la
chorrera de Despeñalagua y, por otro, al pico del Ocejón. Cogemos el segundo.
Los árboles desaparecen rápidamente dejando paso principalmente a un manto de
gayuba y vegetación arbustiva formada por brezos en plena floración.
Los tres integrantes con
formación modular reciben la primera lección magistral de Geología del día: una
pirolusita de libro. Continuamos el camino fascinados.
Poco a poco ganamos altura y nos
ponemos al mismo nivel que la cascada de Despeñalagua, que se otea al fondo. De
momento no nos acercamos sino que cruzamos el arroyo que da lugar a la misma
por la parte de arriba.
La pendiente se acentúa a la par
que disminuye el material cuarcítico y aumenta el sustrato pizarroso. Segunda
lección magistral de Geología: en las pizarras hay granates invisibles, perdón,
que no se ven. Hacemos una parada técnica para comernos unos huesitos. Que
ricos¡¡¡¡. Nos pasan un par de grupos, con los que hacemos la goma durante la
ascensión.
Al llegar al collado de García
Perdices se puede ver ya el otro lado de la sierra, con los pueblos de
Majalrayo, Campillo de Ranas, Campillejo… Ya sólo nos queda un último esfuerzo
para llegar a la cumbre, unos 25 minutos zigzagueando entre lajas de pizarra.
En el vértice geodésico se
apelotonan los montañeros que han subido antes que nosotros, así que nos
quedamos en el otro extremo de la cresta, donde nos sentamos y nos devoramos
los huesos una vez más, rodeados de mariquitas chinche. Repuestas las fuerzas, al
acercamos al vértice geodésico, y posiblemente afectados por la falta de
oxígeno y de riego en la cabeza, llega el momento de las confesiones
inconfesables. Kikubo se lleva la palma y nos pone los pelos como escarpias.
Desde ese momento ya no será el mismo para nosotros y, de hecho, le prohibimos
que hable con el resto y le castigamos a que baje unos metros apartado de
nosotros.
Durante la bajada tiemblan un
poco los cuádriceps. Para amenizar un poco la vuelta decidimos tomar una
variante para no volver por el mismo camino, en plan “vamos a atajar”. La senda
se desdibuja por esta variante, y los brezos nos comen vivos literalmente.
Cuando la confianza en el guía
empieza a flaquear seriamente por la parte de atrás, Kibuko echa un cable
descubriendo hitos. Así, “destrepamos” la parte izquierda de la cascada y
aparecemos directamente en su base. Aunque no hay mucho caudal para la época del
año en que estamos, el agua se despeña haciendo honor a su nombre, creando un
grato frescor en el ambiente. Como con ello parece que no tenemos bastante, nos
descalzamos y metemos los pinreles en el agua. Los peces todavía se están
acordando de nosotros.
Nos calzamos, pues los pies se
ponen morados rápidamente, y apretamos el paso. Nos espera la comida en el
Mesón Los Cantos (Como si nos patrocinara la ruta…). Ya que en la carta no hay
brócoli ni purés verdes de procedencia dudosa, nos resignamos a comer carne de
la tierra. Como dijo Sarraceno, Árguedas se remueve en su tumba. De postre,
tarta de chocolate con nueces. Árguedas se remueve un poco más.
De vuelta al parking, se cruza en
nuestro camino un ejemplar de lagarto verdinegro. Muy bonito. Casi muerde a
Maverick.
De Valverde nos despedimos de la
misma manera que llegamos: con un avezado conductor al que se le cala el coche
18 veces y esta vez no es Milhouse. Menos mal. En casa espera la mochila de
Dora la Exploradora. Menos mal otra vez.
MILHOUSE