jueves, 25 de octubre de 2018

En el ojo del huracán

13 de Octubre


¡¡Por fin!! Se acaba el verano. Estoy que no me lo creo. A punto de llorar de emoción. Eso sí, hasta el último momento, maldiciendo los sudores, calores y humedad. Y no porque la ruta la hayamos hecho por el interior de un restaurante de Kebab, sino porque el sr. verano se quería despedir a lo grande. Cerca de los 28ºC en pleno mes de octubre. Ya el año pasado por estas fechas, acabamos achicharrados pasando por la cresta de Claveles, donde apenas quedaban rastro de las lagunas. Y eso, que este verano ha sido más benévolo que los anteriores, pero aun así, tanta paz lleve como deje. 



Elegimos también un día perfecto para el cambio. El previo a la presencia de un huracán en la Península. ¡Un huracán! ¿Pero esto qué es? Gente como loca ante el paso de Leslie por España. Los informativos no hablan de otra cosa, la gente empieza a tapiar las ventanas, los viejunos recordando sus historias de abuelo cebolleta con el hambre que pasaron en su niñez arrasan las estanterías de los supermercados hasta no dejar existencias (Leve exageración. Como mucho se acabaría el pan recién sacado del horno)… Todo eso… Repito, todo eso… para cuatro gotas mal caídas y un viento que no apaga ni las velas de la tarta de cumpleaños. Ante la previsión de la magnitud de tal temporal, decidimos salir el día de antes.







Zona de estreno. Nos marchamos a la falda de la sierra de Gredos. El destino es la población de Arenas de San Pedro y el comando, una vez más, es el de la Costa Marrón. Mira que os gusta zanganear al resto. Sinceramente, me llevé una grata sorpresa con la zona elegida y seguramente no sea la última vez que dirijamos nuestros pasos hacia allí.











Leti se une a la expedición. Parece que tiene olfato para las castañas. No se le veía el pelo desde la visita el año pasado al castañar de El Tiemblo. Lástima que estas castañas tuvieran poca chicha. Ni una cayó al zurrón. Eso sí, bien que nos llenamos los buches de moras y madroños. Incluso un servidor, se permitió que durante un breve lapso de tiempo dejara de enfocar la vista como es debido. ¿Cómo pueden emborrachar unas pelotillas tan pequeñas? Lo raro es que la zona no esté frecuentada por adolescentes que se los coman con tal de no gastarse la paga en garrafón. Como se corra la voz, dentro de nada vemos madroños en todas las terrazas de las casas. ¿Se podrá dar positivo en un control de alcoholemia? ¿Y si fuera así, como convencemos al agente de la autoridad de turno que ha sido por comer unos madroños? Ahí lo dejo.




La zona no tiene desperdicio. El castañar es una maravilla. Salpicado con alcornoques, encinas y madroños. Un gustazo, vamos. Lástima que los castaños aún no se encuentren en su pleno apogeo. En nuestro devenir por esos bosques, descubrimos una de las formas más antiguas de ganarse la vida en la zona; recogiendo la resina de los pinos. Se le hace una pequeña fisura al tronco del pino y a recolectar. Muy buena pinta no tenía. ¿Sabrá a zumo de piñones?






La vuelta tocaba hacerla junto a una de las orillas del río. Zona de piedra granítica esculpida por el agua dando algunas formas caprichosas. Muy pintoresco, la verdad. Eso sí, parecía que estábamos en la jungla. ¡Qué calor!¡Qué humedad!¡Qué manera de sudar! Rogábamos por la presencia del huracán. A pesar de ser una ruta con muy poco desnivel, esta parte se hacía algo pestosa por los escalones, raíces, piedras… Macksa sufría como pocas veces. En algún momento estuvo a punto de perder los tobillos entre las raíces y no pocos fueron los resbalones. Alguno de los senderistas que nos encontramos, suplicaban el final de la ruta. ¡Qué gente más floja! Me refiero a Macksa, no a los pobres senderistas XD. 










Por fin llegamos al pueblo. Más colorados de lo normal, por el azote del sr. Lorenzo. Aprovechamos para hacernos unas fotos en el castillo para tener un recuerdo de la zona, por si al tremendo huracán que se esperaba, le daba por tirar una a una las piedras de los muros. ¡Que viene Leslie!







MAVERICK