A todos nos
ha pasado que un día que crees que va a ser la leche acaba siendo un mojón de
no te menees y como bien reza el título de esta crónica, hay veces que es mejor
quedarse en la cama y no levantarse.
La ruta de hoy nos adentra en las tierras del señorío de Milhouse.
Es decir, Rivas Vaciamadrid y alrededores. Las cosas empiezan torcidas. Para
seguir con la tradición habitual, Milhouse llega tarde. Nos avisa que se pasará
de hora 13 minutos. Ni 12 ni 14. Exactamente 13. Parece ser que después de
llenar la mochila de agua, se le derramó toda por el suelo de casa. El
Aquopolis se queda chico comparado con la que ha liado. Una vez en el punto de
partida, se da cuenta que dentro de la bolsa de agua se había dejado un papel
para secarla, de la última vez que la usó. Sacamos el papel, el cual parecía
una medusa flotando alegremente en el agua. Ahora el pitorro de la mochila no
funciona. Joder, esto se lo cuentas a un cura y se caga en dios. Al final,
solución salomónica. Vaciamos el agua de la mochila en un bidón y a emprender
la marcha.
Nos acercamos a la laguna del Campillo. Empezamos la ruta por el tramo
más duro, a balón parado. Rampón inicial que nos calienta bien las patejas.
Subimos por los cortados del rio Jarama. Pista ancha pero muy pedregosa.
Después de unas cuantas subidas y bajadas nos adentramos en un pinar. La zona
no tiene desperdicio y está llena de senderos, que con un poco de tiempo ya
exploraremos otro día. Apenas podemos ver algo desde lo alto de los cortados.
Hay demasiada niebla.
Alcanzamos la iglesia del Cristo de Rivas. A partir de aquí nos
toca un par de km de carretera hasta llegar a San Fernando de Henares. En esta
zona alcanzaremos el Henares para ir rodando por su orilla. La zona está
llena de bichos alados y claro, Milhouse no puede resistirse a hacer de
francotirador fotográfico.
Muchos senderos estrechos, hojas en el suelo y raíces lo que la hace muy entretenida. Cruzamos el Jarama y toca repostar. La aguja del depósito de Kibuko está marcando la reserva. Una vez están los depósitos llenos, proseguimos la marcha, esta vez por la otra orilla del río.
Vemos venir delante nuestro unos ciclistas, por lo que muy amablemente rodamos fuera del camino para que puedan pasar. La bici de Milhouse pilla un palo que le arranca de cuajo el cambio. No se puede ser amable. A los cabronías estas cosas no les pasa. La cara de Milhouse es un poema. Está descompuesto. Es como si estuviera sintiendo los efectos de una mala digestión después de comer en un mal restaurante chino. "La hemos liado buena", dice. Toca hacer de amago de mecánico. Quitamos la patilla del cambio, cortamos el cable y sacamos la cadena. La solución parece fácil. A partir de ahora a piñón fijo. Pero la cosa se va a complicar un pelín. Después de unos cuantos sudores y de un buen rato de manipular la cadena, conseguimos reanudar la marcha.
Kibuko mientras tanto está nervioso a no poder más. Tiembla más que Michael J. Fox a 20 bajo cero. Ha quedado para comer con sus suegros y ya va con retraso. Yo creo que le desheredan fijo. La bici de Milhouse no acaba de ir fina. La cadena va saltando, pero aun así seguimos avanzando. Al llegar a Velilla de San Antonio, Milhouse no puede dar más pedales. Está agotado. Paramos a ver qué pasa, cuando oímos un golpazo de cuidado. Nos giramos y vemos a Kibuko tirado en el suelo con los pies para arriba, a lo que Milhouse suelta un "ahí va la virgen". Qué cuadro!! Qué más nos puede pasar!!??? Afortunadamente la caída no tuvo consecuencias y no pasa un minuto que no me acuerde de la situación y me ponga a reír a carcajadas. Miramos la bici de Milhouse. La cadena se ha enganchado en el piñón más alto y se ha quedado más tiesa que el aparato de un novio. De lo tensa que está, ha descentrado la rueda y la frena por completo. Kibuko y yo decidimos tirar hacia adelante y ya recogeré yo más tarde a Milhouse con el coche. Recordemos que Kibuko se está jugando que no le corten lo que cuelga. Salimos a fuego. Menudo calentón. Vamos como ciervos. Sin mirar, tirando como si no hubiera mañana. A punto estamos de llevarnos a algún enanoide por delante.
Después de un buen
rato llegamos a los coches. Kibuko se marcha raudo y veloz. Está en juego que
le echen de la familia política. Te has quedado sin regalo de cumpleaños,
fijo. Yo recibo un mensaje de Milhouse diciéndome que va tirando, así que
le espero para tomar unas cañuelas. Sin duda, el mejor momento del día. Eso sí,
el bar estaba hasta arriba, así que nos tomamos la cerveza en el suelo, en plan
pordiosero.
La ruta ha acabado?? Ni por asomo. Mientras
Milhouse se está gastando los ahorros en arreglar la bici y en repuestos, yo
pierdo las llaves de casa. Pongo el coche patas arriba y no aparecen. Llamo a
Milhouse para que se acerque al aparcamiento para ver si se cayeron por allí.
Finalmente tras más de media hora en el garaje de casa, consigo localizarlas.
Se habían metido en una ranura del cenicero del coche. Lo que hace que me desolle
medio dedo al intentar cogerlas. Ya para qué comer. Es hora de merendar.
Puede pasar algo más???
MAVERICK