La aventura que hoy relato tiene lugar el
domingo 30 de octubre, en medio del puente de todos los santos. Mientras las
multitudes preparan los disfraces de halloween o los ramos de flores de los
santos (para gustos las creencias), los Hambrientos deciden volver a un lugar
conocido por unos pocos afortunados y no exento de magia y misterio, el
Castañar de el Tiemblo.
La ruta es para todos los públicos (unos
19 km y 700m de desnivel) y no tiene pérdida. Se trata de un sendero circular
que parte del pueblo de Casillas por una pista asfaltada en principio y que se
va adentrando a través de robles, pinos y castaños en la magnífica Reserva
Natural del Valle Iruelas. Después, para desgracia de algunos, toca
necesariamente subir al Pozo de la Nieve y puerto de Casillas, y de esta forma,
regresar al pueblo de partida.
El punto de encuentro de este domingo
soleado es la Costa Marrón, territorio de gran parte de la expedición
hambrienta y terreno inexplorado para la que escribe, que recorre Madrid
de punta a punta (sin gps ) para encontrarse con el grupo. El cambio de
hora y la noche de sueño un poco más larga se nota en las caras, algo mas
lozanas de lo que sería esperable tras el madrugón. El grupo está
conformado por hambrientos ya históricos (Maverick, Belice, Berme, Eska y
Whiteman), algunos hambrientos noveles (Gaia) y dos flamantes estrenos (Mamen y
Branombersicker) que prometen dar caña y garantizar que el espíritu dominguero
nunca posea del todo las almas del grupo hambriento.
Maverick tan solo lleva una semana o dos
lamentándose. "Tan sólo" unos 15 dias mandando fotos comparativas y
panorámicas varias para avisar de que los colores de otoño este año se han
hecho de rogar y que puede que la ruta no sea tan espectacular como el año
anterior en la expedición que hicieron él, Belice y Milhouse.
Hacemos dos grupos y arrancamos el viaje
hacia Casillas en los coches de Berme y Whiteman. Al llegar al pueblo tardamos
poco en ajustar mochilas y botas y tirar "pa' el monte". La primera
en la frente, nada más empezar nos recibe una cuesta de 25% de pendiente que
afrontamos en silencio cagándonos en los muertos de Halloween y principalmente
en Maverick , que sonríe maliciosamente a nuestras espaldas mientras comenta
algo de la bici que nadie escucha. Me sorprende que no aproveche para retratar
nuestros culos sudorosos en plena ascensión. Tras recuperar el resuello y
saludar a una paisana que nos jalea desde la ventana recorremos un par de
kilómetros en pista asfaltada en animada charla y probando alguna castaña del
camino.
El paisaje ya comienza a oler a otoño y la
magia de la luz filtrándose entre las hojas de los castaños y robles del camino
crea unos efectos mágicos que no dudamos en inmortalizar cámara y móvil en
mano. Una vez superada la parte de la ruta que discurre entre fincas, nos
adentramos en el bosque. La valiente Eska no duda en aventurarse unos peldaños
arriba por la escalerilla de la casita del árbol situada en medio del bosque,
en el mismo punto en que Milhouse el año pasado hizo lo propio. Seguimos
caminando y nos adentramos en el Valle de Iruelas, el rugido de las masas nos
guía hasta la zona más concurrida de la ruta (y puede que del mundo) donde
somos engullidos por una manada de domingueros. Ni siquiera eso es suficiente
para dejar de maravillarnos ante los castaños centenarios y la mezcla de los
colores del bosque...pasamos un buen rato observando estos maravillosos
árboles, especialmente "el abuelo", que con sus 500 años a la chepa,
aguanta estoico a cientos de niños, padres y abuelos.
El entorno del pozo de la nieve de nuevo
parece "The Walking Dead". Hordas de senderistas de todas las edades
y colores de agolpan en los alrededores. Por suerte podemos entrar a verlo
con relativa tranquilidad y asomarnos a su interior. Nos enteramos que se
construyó en el siglo XVIII y que se usó hasta principios del siglo XX para
almacenar nieve y tener reserva de hielo para todo el año.
Aquí llega el momento que todos
esperábamos, por fin podemos sentarnos y sacar los bocatas. Los degustamos con
ansia mientras observamos y compadecemos a unos pobres excursionistas a los que
un guía psicópata ha decidido subir por un cortafuegos infernal ...desconocemos
el objetivo diabólico del guía en cuestión, pero casi todos nos alegramos mucho
de no estar en ese grupo.
Retomamos la ruta y cambiamos los robles y
castaños por pinos. Las vistas compensan el cambio ya que se puede divisar
hasta el embalse del Burguillo. Mamen coge ritmo detrás de un "niño
bólido" y el grupo avanza a toda pastilla hasta el punto donde Maverick
intenta recrear la afortunada "pérdida" del año anterior y recalar en
la misma zona de castaños que les brindó un suculento botín. No nos engañemos,
qué carajo, todos estamos alli para eso.
Tras adentrarnos un rato entre helechos
gigantes y zarzas y temiendo que en cualquier momento nos ataque un
velociraptor del jurásico (por lo menos), llegamos al destino. Con los ojos
inyectados en sangre y poseídos hasta la médula por el ansia viva, andamos por
allí recolectando el preciado manjar...
-"¡Aquí hay una!"
-"¡Aquí hay más gordas!"
-"¡Mira aquí!"
Mochilas a reventar del peso, espaldas
dobladas, dedos destrozados de los erizos, ¡¡no hay dolor si la castaña
lo merece!!! Tras media hora de recolecta ansiosa y sin mediar casi
palabra, la damos por finalizada. De vuelta al pueblo, la sonrisa
disimulada al pasar por el cartel de "se venden castañas" ya es un
clásico. El atasco de rigor hasta Navas del Rey también. El grupo saborea unos
refrescos antes de iniciar el retorno a casa mientras comenta el dia entre
risas.
Un placer, como siempre, compartir los caminos, las anécdotas y el ansia con los Hambrientos.
Un placer, como siempre, compartir los caminos, las anécdotas y el ansia con los Hambrientos.
¿Para cuándo la siguiente aventura?
GAIA