Antes
de convertirme en un belloto, fiel seguidor de mi colega Maverick, yo conocía toda
la sierra de Madrid, recorrida como buen citadino, sin bajarme del coche.
Montaña arriba. Montaña abajo. Café arriba. Chuletón abajo. Y si en ese
proceso, se hacían sonar las ruedas del coche, ¡mucho mejor! Pero llegó Sarraceno de
la Rioja, y con él una cohorte de amantes de la naturaleza y el deporte, y
sembraron en mí el germen del campo. ¡Meses estuve con urticaria y sarpullido
por culpa del aire puro y el sol radiante! Pero al fin le cogí el gusto y ahora disfruto de cada salida que se propone.
En
esta ocasión la propuesta era ir a visitar el abedular de Canencia. Como la
gran mayoría de las veces, Maverick propone una ruta, envía los enlaces, nos
presenta varias alternativas y, cuando llega el día, nadie se ha mirado nada y
lo único que llevamos son las ganas de hacer la ruta con la tranquilidad de que
alguien nos cuida por el trabajo realizado con anterioridad.
Pues
nada, dicho y hecho. A las 10:15 ya estábamos con los coches aparcados, con los
saludos realizados, las braguetas subidas después de los pises y los bastones a
las medidas apropiadas. Foto de rigor…, y, ¡adelante! Todos
felices y contentos, y algunos más guapos que otros en la foto:Maverick, Belice, Patryola, Eska, Berme, Milhouse, Gaia y un servidor.
La
ruta empezó por una pista un poco sosa con pinos cortados en los laterales que
bien se utilizarán para asar chuletones en invierno, y lo que sobre, en
fabricar mondadientes para sacarse los pa’luegos del chuletón. ¡Ay madre!,
todos nuestros conocimientos de ingeniería forestal reducidos a la mínima
expresión de satisfacción personal. Pero qué ricos entrarán esos chuletones en
invierno, ¡malandrines!
Mientras
caminábamos, muchos de nosotros íbamos con la curiosidad de saber exactamente
cómo era abedul…, no vaya a ser que ya lo hubiéramos pasado y no nos hubiéramos
dado ni cuenta. Cosa distinta sería si lo que buscásemos fuera un Navidul, que
no sólo lo reconoceríamos a la primera, sino que le hubiéramos dado unos
tientos con el cuchillo jamonero que siempre hay que llevar en la mochila.
Gracias al Sr. Milhouse que nos identificó el primer
abedul que nos encontramos. Pacientemente nos estuvo explicando las diferencias
entre un abedul, un haya y un jamón. Cómo
no…, hablar de comida da hambre y, sobre todo el deporte en el campo, más.
Menos mal que a finales de verano, se puede satisfacer esa gusa surgida con las
omnipresentes moras que abundan por doquier. Así que, ¡dicho y hecho!
Esta
primera parte de la ruta desembocó en la carretera que, una vez cruzada, nos
planteó la primera subida algo más agreste. Tanta
subida no podía provocar otra cosa que la necesidad de hacer una parada técnica
de avituallamiento en un paraje con unas vistas espectaculares, “antesala del magnífico
espectáculo que nos depararía el abedular llenos de robles, pinos y cómo no, abedules”.
Efectivamente,
el Sr. Maverik no defraudó y a partir de este momento las vistas iban ganado
interés, la ruta se iba tornando más animosa y vistosa. Zonas más húmedas,
musgo encima de las piedras...
y behind the musgo, ¡más musgo! Durante
esta parte de la ruta tuvimos la suerte de encontrarnos un gran ejemplar de
Tejo en el que, instructivamente, el Sr. Milhouse nos explicó las características
del mismo. Esta
fue la parte más bonita de la ruta y, sólo por esto, mereció la pena madrugar
un domingo.
La
ruta prosiguió por un estrecho sendero y se iba abriendo camino en mitad de la
montaña. A partir de aquí pudimos disfrutar de un entorno más abierto y
rodeados de grandes pinos. Tanto
pino, tanto pino al final provoca lo de siempre…, ganas de mear detrás de ellos
y/o/u pararse a retomar fuerzas.
Eso
sí…, esta última parada no nos iba a privar del mejor momento de la ruta: el
cafecito con patxarán en Miraflores de la Sierra. Aunque
algunos cambiaron patxarán por palmera de chocolate o azúcar
Una
vez más, el interés y la insistencia del Sr. Maverick ha conseguido la sinergia
de estos insurrectos que, en mi caso, no conocía que existía esta maravilla a
un sólo paso del bar donde había parado miles de veces a tomarme un café
después de haber bajado el puerto de Canencia con el coche.
¡Gracias,
Maverick!
MIRINDAS