domingo, 8 de noviembre de 2015

En busca del hayedo perdido...

Sábado 7 de noviembre

Aprovechando las fechas en las que estamos y viendo el exitazo de la ruta de la semana anterior, planificamos otra por el único hayedo que tenemos "cerca" y que no tiene acceso restringido al público, el hayedo de la Pedrosa. Este hayedo, pequeño, eso sí, se encuentra enclavado en las proximidades del pueblo de Riofrío de Riaza (Segovia), en la Sierra de Ayllón, entre las provincias de Segovia y Guadalajara. Durante la semana vamos perfilando la ruta, pero el día de antes me doy cuenta de que la ruta no pasa por el hayedo, así que cojo otra, con algo más de desnivel, eso sí, cosa que a punto está de costarme el divorcio.


Esta vez Milhouse nos abandona y prefiere quedarse en el pueblo. En su lugar se apunta Kibuko, ya recuperado de la expedición Toubkal. Le recogemos en su casa, y ponemos rumbo a Riofrío de Riaza. Algo más de hora y media tenemos de viaje desde la Costa Marrón hasta allí, pero merecerá la pena.

El pueblo es lo menos que dan por pueblo. Una plaza, cuatro casas, una fuente y un bar. Para qué queremos más. Incluso sobran las casas, la fuente y la plaza!!! Eso sí, se respira tranquilidad a raudales. El tiempo es perfecto. 20ºC que hace que los abrigos se queden en el coche. Salimos del pueblo y al poco tiempo, ya comenzamos a subir. Cambiamos la pista de la semana pasada por caminos pedregosos. Tenemos unos 8 km de subida por delante. Subimos tanquilamente por el interior de un robledal. La ruta está perfectamente señalizada, así que no tiene pérdida. En este tramo ponemos en práctica las clases que nos dio en la ruta anterior el profe Milhouse sobre setas.













Tras unas rampejas bastante exigentes llegamos a una pradera desde la que se ve la estación de esquí de La Pinilla. Si el pueblo era pequeño, esta estación de esquí va en consonancia. Parece una maqueta. En Xanadú creo que las pistas son más grandes... Belice ya va torciendo el morro. No le gusta tanta cuesta. El ambiente se enrarece. Se empieza a nublar, a pesar de estar el tiempo despejado. Se oyen truenos, pero no hay tormenta... La forma que tiene de quejarse es hacer una huelga a la japonesa, es decir, me pongo delante y tiro como si no hubiera mañana, y el que tenga narices que me siga. Abandonamos el robledal y nos cuesta seguir el sendero, ya que con los matorrales apenas se ve. Sendero estrecho y pedregoso. Se agradece que de vez en cuando no todo sea pista ancha.





Hacemos la primera parada para avituallarnos. Kibuko está desoso de azúcar y engulle en décimas de segundo un par de donut de chocolate. No quedará ahí la cosa. Belice no habla. Sigue enfadada. Kibuko se aleja de la escena. Ya se sabe que en las guerras siempre hay daños colaterales y él no quiere ser una de las bajas. Yo creo que me tocará dormir en el sofá... Qué peligro tienen los desniveles de wikiloc!!






Seguimos subiendo, pero con pendientes más suaves y llevaderas, hasta salir finalmente a una pista ancha por la que empezamos a bajar. A Belice ya le va cambiando la cara y empieza a hablar. Avanzamos hasta salir al puerto de la Quesera. Desde aquí empieza un bucle que nos llevará por el hayedo. Arriba ya lo conseguíamos distinguir. Dos pequeñas cuñas situadas en los valles de la montaña. En esta zona empieza la romería. La gente aparca en las cunetas de la carretera, y ataviados con ropa de domingo, que no dominguera, pasan a ver el hayedo. Nosotros antes de entrar en el hayedo, toca el momento hambriento. Son las dos de la tarde y el hambre aprieta. Belice y yo damos buena cuenta del bocata de filete de pollo empanado con pimientos que muy gustosamente nos ha preparado mi señora madre el día anterior. Qué invento las madres!! Mejor que el de la rueda!! Kibuko, una vez devorado el bocata, sigue con su ritual chocolatil y ahora toca engullir una napolitana de chocolate. Yo me apaño con mis huesitos.









Bajamos al hayedo. En este tramo no hay sendero y se hace algo peligrosillo por las hojas y la humedad que hay en el suelo. Kibuko está a punto de besar el suelo en alguna ocasión. Ahora no hay excusa de pedales automáticos... Yo también estoy a punto de estamparme. El sitio es espectacular, y eso que las hayas ya han perdido la hoja. Llegamos una semana tarde. Aún así tiene su encanto, y el rojo en lugar de estar en los árboles está en el suelo. Da igual, el disfrute es el mismo. Contraste de colores de líquenes, musgo, árboles y hojas. Un auténtico manjar visual. Desde fuera, el hayedo parece pequeño, pero una vez metido dentro es totalmente engañoso. A pesar de no estar controlado, se respeta bastante. No se ve basura por ningún lado. Ni un triste papel. Lo que nos resultó curioso y digno de contarlo en el programa de Iker Jimenéz, es la presencia de un vehículo allí estrellado. ¿Cómo llegó allí arriba? ¿Cuál era su misión? ¿El conductor era el vaquilla? Yo no lo sé. ¿Qué piensan ustedes? Inquietante.


























Alcanzamos de nuevo el puerto de la Quesera, y ahora sí, todo lo que queda es bajada. Desde este punto se divisa todo el valle. Simplemente espectacular. Qué gusto ver un horizonte sin las 4 torres de marras.


 En la bajada nos metemos de lleno en otro robledal. Esta ruta en octubre le tiene que dejar a uno patidifuso. Cruzamos un par de arroyos, uno de ellos con un puente que está de mírame y no me toques, pero salimos sanos y salvos.









 La ruta va tocando a su fin. Belice no para de decir que necesita una cerveza para recuperar sales. Kibuko es oir esa frase y se le pone una sonrisa de oreja a oreja. Finalmente llegamos a la plaza del pueblo y como ritual hambriento ya establecido, vuelan las cervezas y algún café. Kibuko da buena cuenta de una nueva napolitana de chocolate. Está desatado. La verdad es que la ruta ha estado muy bien. Han sido 17 km y cerca de 6 horas de pateo. Hay que repetir!! Por cierto, al final no dormí en el sofa...





MAVERICK

 

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